Junto al relato ganador del concurso ‘Un paisaje andaluz', 'Ración doble
de jamón' de Juan Almagro Costa, EL VIAJERO ha seleccionado estos nueve
como los mejores entre todos los enviados.
http://www.elpais.com/especial/viajero/andalucia/turismo-interior/seleccion-relatos.html
Ración doble de jamón
Aquella tarde del mes de mayo habíamos decidido Marta y yo seguir una
ruta alternativa en nuestros frecuentes viajes de fin de semana a
Córdoba desde Madrid. Esta vez recorreríamos el legendario valle de
Alcudia y el valle de los Pedroches, y legaríamos a la ciudad del
califato por CerroMuriano. Pasado Brazatortas, abandonamos la carretera
N-420 para atravesar el valle de Alcudia y rodear el paraje de la
Bienvenida y sus excavaciones arqueológicas.
Siguiendo dirección a Alamillo, apareció una señal de tráfico que
nos indicaba la dirección a Torrecampo y Pozoblanco, poblaciones de la
provincia de Córdoba. Parada y comprobación en el mapa de ese
itinerario. A Marta nunca le gusta aventurarse gratuitamente y siempre
consulta el mapa para ver lo que nos conviene. Se pone tan encantadora
consultando mapas que yo me quedo fijamente mirándola; sus ojos negros
me vuelven loco.
La ruta alternativa no tenía mala pinta y acortaba el camino
hasta llegar a la N-502. Nos hizo dudar el trazado de la carretera a
través de la sierra de Umbría de Alcudia. Por cierto, que al norte se
levanta la sierra de la Solana de Alcudia. Al final decidimos recorrer
ese eje de la sierra sur de Ciudad Real. Llegamos al puerto montañoso
que separa las vertientes de los ríos Alcudia y Guadalmez, y la visión
que apareció delante de nosotros nos impresionó sobremanera, hasta el
punto de que me dio un escalofrío y tuve que sujetar fuerte el volante
para evitar cualquier riesgo en ese momento. Era el puerto del Mochuelo,
a 790 metros de altitud. Tuve una sensación de vértigo, entre el azul
del cielo y ese fondo verde. Me estremecí.
El espectacular escenario era la comarca o valle de Los
Pedroches. No podíamos parar porque la carretera tiene una anchura
justa, excavada a media ladera. No nos seguía ningún otro vehículo, lo
que nos permitió avanzar despacio. En un ensanche, dimos la vuelta con
nuestro Citroën C4, regresamos a lo alto del puerto y aparcamos en un
espacio preparado para ello. Contemplamos relajados hasta donde
alcanzaban nuestros ojos. Un paisaje inédito. Parece la sabana africana,
pero es el bosque mediterráneo: encinas, alcornoques, quejigos...
Tres láminas de agua se reflejan como espejos. Atravesamos un puente
sobre el río Guadalmez, que separa Ciudad Real de Córdoba, y allí fue
la primera parada. El agua de su cauce se entremezclaba con una
vegetación exuberante, como en un diálogo de enamorados. Tendremos
ocasión de hablar de este río. La velocidad era pequeña, y la tabla de
agua hacía de espejo donde se reflejaba otro puente abandonado y los
restos de otro anterior, derribado en alguna avenida. Evidentemente, era
un itinerario muy antiguo por esa zona.
Calles de granito
Dejamos Torrecampo y, al poco tiempo, apareció un promontorio con
una población en la que destacaba elegante y orgullosa la linterna de
la torre de una iglesia. Era un conjunto armonioso que ofrecía serenidad
al espíritu por la armonía de sus proporciones. Era Pedroche. La
población estaba mimetizada en el altozano con la morfología del
montículo. La torre es el faro. Su linterna nos guía. Abandonamos la
carretera y nos adentramos con el coche. Mala cosa. Las calles son
estrechas, quebradas y empinadas. Todas de granito. Seguimos a pie hasta
la plaza de las Siete Villas, que despertó nuestra curiosidad.
Preguntamos y nos lo aclararon.
Lo que llaman las Siete Villas es el territorio formado por los
términos de las poblaciones de Dos Torres, Añora, Pedroche, Torrecampo,
Alcaraceños, Pozoblanco y Villanueva de Córdoba. Poco tiempo después
llegamos a Pozoblanco, la que llaman capital de la comarca. Eran las
nueve de la noche y decidimos parar. Destacaban dos torres, una gris y
otra blanca. Eran los silos de Covap, el antiguo y el nuevo. Preguntamos
a una mujer por un sitio típico y nos indicó que fuéramos a Los Godos,
bar, restaurante y hotel donde durmió el torero Paquirri la noche antes
de su mortal cogida en la plaza de esta población en la tarde del 26 de
septiembre de 1984.
Llama la atención en Pozoblanco el uso del granito como material
de construcción, en calzadas, aceras, fachadas, etcétera. Allí aflora
por toda la comarca. Nos enseñaron los mosaicos que tienen dedicados en
recuerdo del torero. Tomamos unas tapas y Marta comentó que podríamos
quedarnos a dormir allí y conocer esa comarca de Córdoba.
Ella estaba impresionada, y le gusta disfrutar de los nuevos lugares
que descubre. Pensaba que debíamos dedicarle ese fin de semana
completo. Ya iríamos a Córdoba en otra escapada. Nos quedamos a dormir
en este hotel. Durante la cena, el camarero, amante de esa tierra, nos
indicó que un buen recorrido sería Villanueva de Córdoba, Conquista,
Torrecampo, El Guijo, Pedroche, Dos Torres, Añora, Alcaraceños,
Villanueva del Duque, Hinojosa del Duque, Belalcázar, Villaralto, El
Viso y Santa Eufemia. Le recordamos lo de las Siete Villas y conoce la
historia.
El río Guadalmez
Un descubrimiento gastronómico esa noche del viernes fue el jamón
ibérico con denominación de origen Los Pedroches. No lo conocíamos y
pudimos apreciar lo exquisito que estaba. Repetimos ración. Sabroso y
redondo.
La mañana del sábado nos enteramos de que Covap era una
cooperativa que nació para proporcionar pienso a un buen precio para las
vacas de los ganaderos de la comarca. Sí, señor, esta región parece
desprendida del norte peninsular, porque tienen unas 35.000 vacas
lecheras, cuya producción comercializa esta cooperativa en su mayor
parte. También actúa como matadero del cerdo ibérico, vacuno y ovino de
la zona.
Nuestra curiosidad nos llevó a El Guijo y al río Guadalmez. Nos
adentramos en el mismo, porque en una primera impresión no se distinguía
del entorno. Es un ecosistema donde el agua parece algo tímida.
Avanzamos casi un kilómetro y nos dio la impresión de ser un río dentro
de otro río.Melancólico y humanista.
El equilibrio, el nexo, el encuentro entre el cielo y la tierra,
porque si bien ésta lo acoge,su agua procede del cielo. Discurre el agua
entretenida y parece no enterarse de que tiene velocidad y se recrea
entre sus finas arenas brillantes, a veces pintadas de óxido.
Es su capacidad de rotar sin pausa, aunque a veces se excita y se
estremece, y bate los cantos y losmueve como plumas y se vuelve blanca
en su juego con al aire. Hurga, escarba, taladra, se hunde y profundiza,
y tiene su propia música. Es un río que se esconde y se camufla entre
el rumor y la emoción. Sublime.
Juan Almagro Costa (Murcia, 1945) ganó con este texto el concurso de relatos Un paisaje andaluz, convocado por El Viajero.
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