Capítulo II.
Y diciendo esto fue a tener el estribo a don Quijote, el cual se apeó (1) con mucha dificultad y trabajo, como aquel que en todo aquel día no se había desayunado.
Dijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza que comía pan en el mundo (2). Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aun la mitad; y, acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped mandaba, al cual estaban desarmando las doncellas, que ya se habían reconciliado con él; las cuales, aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola (3), ni quitalle la contrahecha celada (4), que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los ñudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera y, así, se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y estraña figura que se pudiera pensar; y al desarmarle, como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas que le desarmaban eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo, les dijo con mucho donaire:
—«Nunca fuera caballero de
damas tan bien servidoDijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza que comía pan en el mundo (2). Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aun la mitad; y, acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped mandaba, al cual estaban desarmando las doncellas, que ya se habían reconciliado con él; las cuales, aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola (3), ni quitalle la contrahecha celada (4), que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los ñudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera y, así, se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y estraña figura que se pudiera pensar; y al desarmarle, como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas que le desarmaban eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo, les dijo con mucho donaire:
—«Nunca fuera caballero de
como fuera don Quijote
cuando de su aldea vino:doncellas curaban dél;princesas, del su rocino»,
o Rocinante, que este es el nombre, señoras mías, de mi caballo, y don Quijote de la Mancha el mío; que, puesto que no quisiera descubrirme fasta que las fazañas fechas (5) en vuestro servicio y pro me descubrieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance viejo de Lanzarote ha sido causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero tiempo vendrá en que las vuestras señorías me manden y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros.
Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas (6), no respondían palabra; solo le preguntaron si quería comer alguna cosa.
—Cualquiera yantaría yo (7) —respondió don Quijote—, porque, a lo que entiendo, me haría mucho al caso (8).
A dicha (9), acertó a ser viernes aquel día, y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que dalle a comer.
—Como haya muchas truchuelas —respondió don Quijote—, podrán servir de una trucha, porque eso se me da (10) que me den ocho reales en sencillos que en una pieza de a ocho. Cuanto más, que podría ser que fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón (11). Pero, sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas (12).
Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped (13) una porción del mal remojado y peor cocido bacallao y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía, y, ansí, una de aquellas señoras servía deste menester (14). Mas al darle de beber, no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y, puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino; y todo esto lo recebía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó, sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo y que le servían con música y que el abadejo eran truchas, el pan candeal y las rameras damas y el ventero castellano del castillo, y con esto daba por bien empleada su determinación y salida. Mas lo que más le fatigaba (15) era el no verse armado caballero, por parecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recebir la orden de caballería.
Primera parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (Miguel de Cervantes Saavedra)» Glosario(1) bajó. (2) buen y leal animal. (3) prenda de vestir que se usaba alrededor del cuello. (4) parte de la armadura que cubre la cara. (5) hazañas hechas. (6) discursos. (7) comería. (8) me haría bien .(9) por suerte. (10) me da igual. (11) macho de la cabra. (12) sin comer. (13) le trajo. (14) se ocupaba de esto. (15) preocupado.
Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas (6), no respondían palabra; solo le preguntaron si quería comer alguna cosa.
—Cualquiera yantaría yo (7) —respondió don Quijote—, porque, a lo que entiendo, me haría mucho al caso (8).
A dicha (9), acertó a ser viernes aquel día, y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que dalle a comer.
—Como haya muchas truchuelas —respondió don Quijote—, podrán servir de una trucha, porque eso se me da (10) que me den ocho reales en sencillos que en una pieza de a ocho. Cuanto más, que podría ser que fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón (11). Pero, sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas (12).
Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped (13) una porción del mal remojado y peor cocido bacallao y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía, y, ansí, una de aquellas señoras servía deste menester (14). Mas al darle de beber, no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y, puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino; y todo esto lo recebía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó, sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo y que le servían con música y que el abadejo eran truchas, el pan candeal y las rameras damas y el ventero castellano del castillo, y con esto daba por bien empleada su determinación y salida. Mas lo que más le fatigaba (15) era el no verse armado caballero, por parecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recebir la orden de caballería.
Nunca pasaje tan simple y breve como este fue descrito con tal riqueza de expresión como nuestra lengua castellana ofrece.
ResponderEliminar"Nunca pasaje tan breve
Eliminarfue a la vez tan bien escrito
como el segundo capítulo
del Quijote cervantino.
Fue un genio quien lo escribió;
un genio casi divino."
¡Saludos!
En este pasaje, están incluidas muestras de una gran educación respeto y admiración a las Damas, por parte de un Caballero, pues no olvidemos que D. Quijote, está totalmente seguro de ser lo que representa. ¡Ojalá se hubiesen conservado las virtudes que representa!. ¡Mejor nos iría en este Siglo XXI!
ResponderEliminarFelices los días de Don Miguel. Ni ahora se hable bien el idioma, ni se guardan las buenas costumbres.
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